miércoles, 26 de enero de 2011

Así sucedió (¡deveritas, deveritas!): Crónica de un día en el Metro



Desde las cinco de la mañana un mágico lugar comienza su larga jornada de trabajo, para complacer y satisfacer a todas las personas que habiéndose levantado temprano se disponen para ir al trabajo. El Metro de Caracas nos ofrece una opción mágica a la hora hacer ese viaje tan placentero hacia nuestro destino, hacia nuestros sueños.

En el momento en que pisamos el primer escalón que nos dirige al subterráneo, notamos el cambio en el ambiente, la mente se nubla y las palpitaciones aumentan de la emoción. Cuando comenzamos a bajar notamos la actitud tan cordial de aquellas personas que se encuentran a nuestro alrededor, que al encontrarse en la compañía de otros ciudadanos se dedican a sonreír y darse los buenos días.

Cuando se llega a la parte alta del subterráneo solo se pueden oír risas y cánticos del inmenso ánimo que los usuarios demuestran al encontrarse en la que podría ser la experiencia más emocionante del día. Habiendo llegado a las máquinas dispensadores de tickets las personas depositan su dinero en la ranura, y un ticket de color amarillo baja inmediatamente para que su comprador lo reciba, mientras una voz cálida le desea a la persona que pase un buen día. Por otro lado si las personas deciden comprar el boleto en la taquilla, esta se encontrará con un elfo poseedor de una sonrisa embriagadora que le atenderá con todo el ánimo posible y una educación inigualable.

Habiendo dado el primer paso para iniciar el maravilloso viaje, los ciudadanos se disponen a validar su boleto y así atravesar la barrera que separa lo posible de lo imposible, lo mundano de lo maravilloso. En el instante en que se atraviesan las barreras mecánicas las perspectivas cambian pues al fondo de las escaleras ya se divisan las impecables estructuras que conforman el sendero mágico que nosotros, los usuarios regulares, llamamos las vías de la utopía. Estando en el mágico anden de espera, alcanzo a ver a un personaje de mediana edad, que pareciera estar impresionado por el ambiente que lo rodea, su nombre, Yon Kelvin Chacón, quien nos comentó: “Cada vez que me encuentro en este sitio, en este momento, siento una emoción inigualable, que solo puede ser comparada a la llegada de la Navidad para un niño”.

Luego de cinco minutos de espera, se aprecian en el fondo del túnel un par de luces que anuncian la llegada de nuestro tren. Al acercarse reconocemos a una figura majestuosa tirando del vagón principal, es un Pegaso plateado que alumbra el camino con su mirada mágica, y que seduce a aquellos que esperan la llegada de su crucero subterráneo. Con el tren una brisa cálida acaricia a los pacientes ciudadanos impregnándolos de polvo de estrellas.

El tren ya estacionado abre sus puertas, y una luz pura, acompañada de una agradable temperatura invita a los usuarios a adentrarse en el vagón correspondiente. Este proceso comienza con orden y eficacia, se les sede el paso a las personas mayores mientras los demás rápidamente se ubican de manera tal que todos estén cómodos. Al cerrarse las puertas doradas se oye el cordial saludo de un respetuoso trovador que procede a entonar con simpatía las canciones épicas de caballeros, damiselas y fieles corceles. Al terminar la función en la siguiente estación el trovador se despide y agradece al público por oír y por recompensarlo con su atención, pues para él, la mejor paga es tener la oportunidad de presentarse ante un público tan maravilloso.

En el interior la impecable situación de los vagones es notable, la puertas doradas y las ventanas trasparentes muestran una apariencia adictiva que transporta a todos y cada uno de sus testigos a sus recuerdo más lejanos sobre el viaje más memorable de sus vidas, y le hace evocar a esas situaciones que en algún momento los han hecho las personas más felices del mundo. Los asientos no se quedan atrás, su comodidad es indescriptible, este es uno de los motivos por lo que muchos usuarios se quedan en lo brazos de Morfeo disfrutando de un sueño dulces fantasía.

Así las estaciones van pasando, y los usuarios muestran un poco de resignación al sentir que su viaje ya está por terminar. Muchos no se bajan en su estación y siguen en el embriagante viaje a través del tiempo y del espacio que los lleva al mundo de lo fantástico. Sin embargo, todo lo que comienza tiene que terminar y así nuestro viaje culmina, saliendo del vagón e inmediatamente escuchando un incesante ruido que no es más que la alarma de un despertador que nos trae de vuelta a la realidad y nos hace pensar: ¡Cooo… y ahora tengo que ir al nido de orcos y al bananerísmo de cada día!